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hace más de veinte años, Ester Partegas sorprende con la instalación de una sala de espera en el aeropuerto Sala de un edificio de oficinas. Las filas de sillas pegadas entre sí e imposibles de mover porque están ancladas al suelo y dificultan las conversaciones cara a cara, las macetas con plantas que decoran y separan, las mamparas en las que los anuncios entretienen a los viajeros que se reúnen en la puerta de embarque documentos, fueron escritos en papel con mucho cuidado. Estaban recortados y tenían cierta calidad de juguete porque tenían una escala mucho menor. Era un modelo que los visitantes podían recorrer mirando desde arriba, pero no podían utilizar. Durante este trayecto corrió el riesgo de tropezar con algunas de las maletas reales que, sin dueño, se acumulaban en los pasillos.

Lo que se lleva, lo que se lleva a la espalda, lo que muchas veces sobra, se ha desbordado. Partegàs había producido un no lugar, uno de esos espacios que invalidan la individualidad, en los que se deja de ser sujeto para ser simplemente consumidor, y que han proliferado en la época contemporánea, como advertía el antropólogo francés Marc Augé a principios de los noventa. Partegàs se manifestó cuán pequeñas se han vuelto nuestras vidas a pesar de la facilidad del viajeLas distancias se acortaron pero esta brevedad también significó sufrir miopía, no mirar más allá.

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Esta investigación sobre los espacios contemporáneos y el modo en que en ellos se desarrolla nuestra vida, reducida al consumo, ha sido una constante en la obra de Partegàs y le ha dotado de una gran coherencia, permitiéndole anticipar muchas cuestiones que hoy se han convertido en emergencias. Aquellos equipajes desproporcionados que parecen haber quedado abandonados en la sala del aeropuerto son ahora, en la exposición presentada en Madrid, Refugio de fachada solargigantescos cestos de ropa sucia hechos de papel maché que adquieren proporciones arquitectónicas y se convierten en refugio pero también en amenaza de ruina.

Para Partegàs los cestos de ropa sucia son esos lugares donde escondes lo que está escondido, lo que quieres esconder, lo que está sucio

Para lograrlos, vuelve a utilizar una técnica accesible y popular, un oficio lento en un tiempo que se ha acelerado. Para Partegàs, los cestos de ropa sucia son esos lugares donde escondes lo que no quieres ver, lo que quieres esconder, lo que te ensucias, como esa ropa que por descuido metes en la maleta en el viaje de vuelta, temiendo que la No abrir el control de seguridad y exponerlo a otros viajeros, lo cual es vergonzoso.

Como esas grandes cestas, a pesar de su precariedad, son refugios, todavía existe una posibilidad que tiene que ver con lo insignificante, con lo que no se le da la debida importancia, tan cerca que no se ve. Es el caso de los pequeños stickers infantiles con estrellas brillantes, mariposas y caritas sonrientes que sostienen las inestables estructuras de trozos de pan en los diseños que rodean las esculturas y que hablan de espacios de intimidad, privacidad, hogar, cuidado. construir otros espacios, esta vez lugares, sin el no, partiendo de lo más simple.

cultura de consumo

Ester Partegàs (La Garriga, 1972) disfruta actualmente de una beca de residencia en la American Academy, en Roma. Su obra, que refleja nuestra relación con la cultura de consumo, ha sido vista en la Fundació Miró y el MACBA de Barcelona, ​​en el Museo Reina Sofía de Madrid, el Drawing Art Center y el Whitney Museum de Nueva York.

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